miércoles, 15 de febrero de 2012

COSMOS - SAGAN

  • ESTA ES LA LECTURA PARA LA EXPOSICIÓN
  • llevar alguna herramienta para la exposición (cartelera...)




EL COSMOS ES TODO LO QUE ES O LO QUE FUE O LO QUE SERÁ ALGUNA VEZ.

Nuestras contemplaciones más tibias del Cosmos nos conmueven: un escalofrío recorre
nuestro espinazo, la voz se nos quiebra, hay una sensación débil, como la de un recuerdo
lejano, o la de caer desde lo alto. Sabemos que nos estamos acercando al mayor de los
misterios.

El tamaño y la edad del Cosmos superan la comprensión normal del hombre. Nuestro
diminuto hogar planetario está perdido en algún punto entre la inmensidad y la eternidad. En
una perspectiva cósmica la mayoría de las preocupaciones humanas parecen insignificantes,
incluso frívolas. Sin embargo nuestra especie es joven, curiosa y valiente, y promete mucho.
En los últimos milenios hemos hecho los descubrimientos más asombrosos e inesperados
sobre el Cosmos y el lugar que ocupamos en él; seguir el hilo de estas exploraciones es
realmente estimulante. Nos recuerdan que los hombres han evolucionado para admirar se
de las cosas, que comprender es una alegría, que el conocimiento es requisito esencial para
la supervivencia. Creo que nuestro futuro depende del grado de comprensión que tengamos
del Cosmos en el cual flotamos como una mota de polvo en el cielo de la mañana.

Estas exploraciones exigieron a la vez escepticismo e imaginación. La imaginación nos
llevará a menudo a mundos que no existieron nunca. Pero sin ella no podemos llegar a
ninguna parte. El escepticismo nos permite distinguir la fantasía de la realidad, poner a
prueba nuestras especulaciones. La riqueza del Cosmos lo supera todo: riqueza en hechos
elegantes, en exquisitas interrelaciones, en la maquinaria sutil del asombro.

La superficie de la Tierra es la orilla del océano cósmico. Desde ella hemos aprendido la
mayor parte de lo que sabemos. Recientemente nos hemos adentrado un poco en el mar,
vadeando lo suficiente para mojamos los dedos de los pies, o como máximo para que el
agua nos llegara al tobillo. El agua parece que nos invita a continuar. El océano nos llama.
Hay una parte de nuestro ser conocedora de que nosotros venimos de allí. Deseamos
retomar. No creo que estas aspiraciones sean irreverentes, aunque puedan disgustar a los
dioses, sean cuales fueren los dioses posibles.

Las dimensiones del Cosmos son tan grandes que el recurrir a unidades familiares de
distancia, como metros o kilómetros, que se escogieron por su utilidad en la Tierra, no
serviría de nada. En lugar de ellas medimos la distancia con la velocidad de la luz. En un
segundo un rayo de luz recorre casi 300 000 kilómetros, es decir que da diez veces la vuelta
a la Tierra. Podemos decir que el Sol está a ocho minutos luz de distancia. La luz en un año
atraviesa casi diez billones de kilómetros por el espacio. Esta unidad de longitud, la distancia
que la luz recorre en un año, se llama año luz. No mide tiempo sino distancias, distancias
enormes.

La Tierra es un lugar, pero no es en absoluto el único lugar. No llega a ser ni un lugar
normal. Ningún planeta o estrella o galaxia puede ser normal, porque la mayor parte del
Cosmos está vacía. El único lugar normal es el vacío vasto, frío y universal, la noche
perpetua del espacio intergaláctico, un lugar tan extraño y desolado que en comparación
suya los planetas, y las estrellas y las galaxias se nos antojan algo dolorosamente raro y
precioso. Si nos soltaran al azar dentro del Cosmos la probabilidad de que nos
encontráramos sobre un planeta o cerca de él sería inferior a una parte entre mil millones de
billones de billones' (1 0 , un uno seguido de 33 ceros). En la vida diaria una probabilidad así
se considera nula. Los mundos son algo precioso.

Si adoptamos una perspectiva intergaláctica veremos esparcidos como la espuma marina
sobre las ondas del espacio innumerables zarcillos de luz, débiles y tenues. Son las
galaxias. Algunas son viajeras solitarias; la mayoría habitan en cúmulos comunales,
apretadas las unas contra las otras errando eternamente en la gran oscuridad cósmica.
Tenemos ante nosotros el Cosmos a la escala mayor que conocemos. Estamos en el reino
de las nebulosas, a ocho mil millones de años luz de la Tierra, a medio camino del borde del
universo conocido.

Una galaxia se compone de gas y de polvo y de estrellas, de miles y miles de millones de
estrellas. Cada estrella puede ser un sol para alguien. Dentro de una galaxia hay estrellas y
mundos y quizás también una proliferación de seres vivientes y de seres inteligentes y de
civilizaciones que navegan por el espacio. Pero desde lejos una galaxia me recuerda más
una colección de objetos cariñosamente recogidos: quizás de conchas marinas, o de
@orales, producciones de la naturaleza en su incesante labor durante eones en el océano
cósmico.

Hay unos cientos de miles de millones de galaxias (1 0 cada una con un promedio de un
centenar de miles de millones de estrellas. Es posible que en todas las galaxias haya tantos
planetas como estrellas,1011 x 1011 = 1022, diez mil millones de billones. Ante estas cifras
tan sobrecogedoras, ¿cuál es la probabilidad de que una estrella ordinaria, el Sol, vaya
acompañada por un planeta habitado? ¿Por qué seríamos nosotros los afortunados, medio
escondidos en un rincón olvidado del Cosmos? A mí se me antoja mucho más probable que
el universo rebose de vida. Pero nosotros, los hombres, todavía lo ignoramos. Apenas
estamos empezando nuestras exploraciones. Desde estos ocho mil millones de años luz de
distancia tenemos grandes dificultades en distinguir el cúmulo dentro del cual está incrustada
nuestra galaxia Vía Láctea, y mucho mayores son para distinguir el Sol o la Tierra. El único
planeta que sabemos seguro que está habitado es un diminuto grano de roca y de metal, que
brilla débilmente gracias a la luz que refleja del Sol, y que a esta distancia se ha esfumado
totalmente.

Pero ahora nuestro viaje nos lleva a lo que los astrónomos de la Tierra llaman con gusto el
Grupo Local de galaxias. Tiene una envergadura de varios millones de años luz y se
compone de una veintena de galaxias. Es un cúmulo disperso, oscuro y sin pretensiones.
Una de estas galaxias es M3 1, que vista desde la Tierra está en la constelación de
Andrómeda. Es, como las demás galaxias espirales, una gran rueda de estrellas, gas y
polvo. M31 tiene dos satélites pequeños, galaxias elípticas enanas unidas a ella por la
gravedad, por las mismas leyes de la física que tienden a mantenerme sentado en mi butaca.
Las leyes de la naturaleza son las mismas en todo el Cosmos. Estamos ahora a dos
millones de años luz de casa.

Más allá de M31 hay otra galaxia muy semejante, la nuestra, con sus brazos en espiral que
van girando lentamente, una vez cada 250 millones de años. Ahora, a cuarenta mil años luz
de casa, nos encontramos cayendo hacia la gran masa del centro de la Vía Láctea. Pero si
queremos encontrar la Tierra, tenemos que redirigir nuestro curso hacia las afueras lejanas
de la galaxia, hacia un punto oscuro cerca del borde de un distante brazo espiral.
La impresión dominante, incluso entre los brazos en espiral, es la de un río de estrellas
pasando por nuestro lado: un gran conjunto de estrellas que generan exquisitamente su
propia luz, algunas tan delicadas como una pompa de jabón y tan grandes que podrían
contener en su interior a diez mil soles o a un billón de tierras; otras tienen el tamaño de una
pequeña ciudad y son cien billones de veces más densas que el plomo. Algunas estrellas
son solitarias, como el Sol, la mayoría tienen compañeras. Los sistemas suelen ser dobles,
con dos estrellas orbitando una alrededor de la otra. Pero hay una gradación continua desde
los sistemas triples pasando por cúmulos sueltos de unas docenas de estrellas hasta los
grandes cúmulos globulares que resplandecen con un millón de soles. Algunas estrellas
dobles están tan próximas que se tocan y entre ellas fluye sustancia estelar. La mayoría
están separadas a la misma distancia que Júpiter del Sol. Algunas estrellas, las supernovas,
son tan brillantes como la entera galaxia que las contiene; otras, los agujeros negros, son
invisibles a unos pocos kilómetros de distancia. Algunas resplandecen con un brillo
constante; otras parpadean de modo incierto o se encienden y se oscurecen con un ritmo
inalterable. Algunas giran con una elegancia señorial; otras dan vueltas de modo tan
frenético que se deforman y quedan oblongas. La mayoría brillan principalmente con luz
visible e infrarrojo; otras son también fuentes brillantes de rayos X o de ondas de radio. Las
estrellas azules son calientes y jóvenes; las estrellas amarillas, convencionales y de media
edad; las estrellas rojas son a menudo ancianas o moribundas; y las estrellas blancas
pequeñas o las negras están en los estertores finales de la muerte. La Vía Láctea contiene
unos 400 mil millones de estrellas de todo tipo que se mueven con una gracia compleja y
ordenada. Hasta ahora los habitantes de la Tierra conocen de cerca, de entre todas las
estrellas, sólo una.

Cada sistema estelar es una isla en el espacio, mantenida en cuarentena perpetua de sus
vecinos por los años luz. Puedo imaginar a seres en mundos innumerables que en su
evolución van captando nuevos vislumbres de conocimiento: en cada mundo estos seres
suponen al principio que su planeta baladí y sus pocos e insignificantes soles son todo lo que
existe. Crecemos en aislamiento. Sólo de modo lento nos vamos enseñando el Cosmos.
Algunas estrellas pueden estar rodeadas por millones de pequeños mundos rocosos y sin
vida, sistemas planetarios congelados en alguna fase primitiva de su evolución. Quizás haya
muchas estrellas que tengan sistemas planetarios bastante parecidos al nuestro: en la
periferia grandes planetas gaseosos con anillos y lunas heladas, y más cerca del centro,
mundos pequeños, calientes, azules y blancos, cubiertos de nubes. En algunos de ellos
puede haber evolucionado vida inteligente que ha remodelado la superficie planetario con
algún enorme proyecto de ingeniería. Son nuestros hermanos y hermanas del Cosmos.
¿Son muy distintos de nosotros? ¿Cuál es su forma, su bioquímica, su neurobiología, su
historia, su política, su ciencia, su tecnología, su arte, su música, su religión, su filosofía?
Quizás algún día trabemos conocimiento con ellos.

Hemos llegado ya al patio de casa, a un año luz de distancia de la Tierra. Hay un enjambre
esférico de gigantescas bolas de nieve compuestas por hielo, roca y moléculas orgánicas
que rodea al Sol: son los núcleos de los cometas. De vez en cuando el paso de una estrella
provoca una pequeña sacudida gravitatoria, y alguno de ellos se precipita amablemente
hacia el sistema solar interior. Allí el Sol lo calienta, el hielo se vaporiza y se desarrolla una
hermosa cola cometaria.

Nos acercamos a los planetas de nuestro sistema: son mundos pesados, cautivos del Sol,
obligados gravitatoriamente a seguirlo en órbitas casi circulares, y calentados principalmente
por la luz solar. Plutón, cubierto por hielo de metano y acompañado por su solitaria luna
gigante, Caronte, está iluminado por un Sol distante, que apenas destaca como un punto de
luz brillante en un cielo profundamente negro. Los mundos gaseosos gigantes, Neptuno,
Urano, Satumo la joya del sistema solar y Júpiter están todos rodeados por un séquito de
lunas heladas. En el interior de 1 la región de los planetas gaseosos y de los icebergs en
órbita están los dominios cálidos y rocosos del sistema solar interior. Está por ejemplo
Marte, el planeta rojo, con encumbrados volcanes, grandes valles de dislocación, enormes
tormentas de arena que abarcan todo el planeta y con una pequeña probabilidad de que
existan algunas formas simples de vida. Todos los planetas están en órbita alrededor del
Sol, la estrella más próxima, un infierno de gas de hidrógeno y de helio ocupado en
reacciones termonucleares y que inunda de luz el sistema solar.

Finalmente, y acabando nuestro paseo, volvemos a nuestro mundo azul y blanco, diminuto y
frágil, perdido en un océano cósmico cuya vastitud supera nuestras imaginaciones más
audaces. Es un mundo entre una inmensidad de otros mundos. Sólo puede tener
importancia para nosotros. La Tierra es nuestro hogar, nuestra madre. Nuestra forma de
vida nació y evolucionó aquí. La especie humana está llegando aquí a su edad adulta. Es
sobre este mundo donde desarrollamos nuestra pasión por explorar el Cosmos, y es aquí
donde estamos elaborando nuestro destino, con cierto dolor y sin garantías.
Bienvenidos al planeta Tierra: un lugar de cielos azules de nitrógeno, océanos de agua
líquida, bosques frescos y prados suaves, un mundo donde se oye de modo evidente el
murmullo de la vida. Este mundo es en la perspectiva cósmica, como ya he dicho,
conmovedoramente bello y raro; pero además es de momento único. En todo nuestro viaje a
través del espacio y del tiempo es hasta el momento el único mundo donde sabemos con
certeza que la materia del Cosmos se ha hecho viva y consciente. Ha de. haber muchos
más mundos de este tipo esparcidos por el espacio, pero nuestra búsqueda de ellos empieza
aquí, con la sabiduría acumulada de los hombres y mujeres de nuestra especie, recogida con
un gran coste durante un millón de años. Tenemos el privilegio de vivir entre personas
brillantes y apasionadamente inquisitivas, y en una época en la que se premia generalmente
la búsqueda del conocimiento. Los seres humanos, nacidos en definitiva de las estrellas y
que de momento están habitando ahora un mundo llamado Tierra, han iniciado el largo viaje
de regreso a casa.

El descubrimiento de que la Tierra es un mundo pequeño se llevó a cabo como tantos otros
importantes descubrimientos humanos en el antiguo Oriente próximo, en una época que
algunos humanos llaman siglo tercero a. de C., en la mayor metrópolis de aquel tiempo, la
ciudad egipcia de Alejandría. Vivía allí un hombre llamado Eratóstenes. Uno de sus
envidiosos contemporáneos le apodó Beta , la segunda letra del alfabeto griego, porque
según decía Eratóstenes era en todo el segundo mejor del mundo. Pero parece claro que
Eratóstenes era Alfa en casi todo. Fue astrónomo, historiador, geógrafo, filósofo, poeta,
crítico teatral y matemático. Los títulos de las obras que escribió van desde Astronomía
hasta Sobre la libertad ante el dolor. Fue también director de la gran Biblioteca de
Alejandría, donde un día leyó en un libro de papiro que en un puesto avanzado de la frontera
meridional, en Siena, cerca de la primera catarata del Nilo, en el mediodía del 21 de junio un
palo vertical no proyectaba sombra. En el solsticio de verano, el día más largo del año, a
medida que avanzaban las horas y se acercaba el mediodía las sombras de las columnas del
templo iban acortándose. En el mediodía habían desaparecido. En aquel momento podía
verse el Sol reflejado en el agua en el fondo de un pozo hondo. El Sol estaba directamente
encima de las cabezas.

Era una observación que otros podrían haber ignorado con facilidad. Palos, sombras,
reflejos en pozos, la posición del Sol: ¿qué importancia podían tener cosas tan sencillas y
cotidianas? Pero Eratóstenes era un científico, y sus conjeturas sobre estos tópicos
cambiaron el mundo; en cierto sentido hicieron el mundo. Eratóstenes tuvo la presencia de
ánimo de hacer un experimento, de observar realmente si en Alejandría los palos verticales
proyectaban sombras hacia el mediodía del 21 de junio. Y descubrió que sí lo hacían.
Eratóstenes se preguntó entonces a qué se debía que en el mismo instante un bastón no
proyectara en Siena ninguna sombra mientras que en Alejandría, a gran distancia hacia el
norte, proyectaba una sombra pronunciada. Veamos un mapa del antiguo Egipto con dos
palos verticales de igual longitud, uno clavado en Alejandría y el otro en Siena. Supongamos
que en un momento dado cada palo no proyectara sombra alguna. El hecho se explica de
modo muy fácil: basta suponer que la tierra es plana. El Sol se encontrará entonces encima
mismo de nuestras cabezas. Si los dos palos proyectan sombras de longitud igual, la cosa
también se explica en una Tierra plana: los rayos del Sol tienen la misma inclinación y forman
el mismo ángulo con los dos palos. Pero ¿cómo explicarse que en Siena no había sombra y
al mismo tiempo en Alejandría la sombra era considerable? 

Eratóstenes comprendió que la única respuesta posible es que la superficie de la Tierra está
curvada. Y no sólo esto: cuanto mayor sea la curvatura, mayor será la diferencia entre las
longitudes de las sombras. El Sol está tan lejos que sus rayos son paralelos cuando llegan a
la Tierra. Los palos situados formando ángulos diferentes con respecto a los rayos del Sol
proyectan sombras de longitudes diferentes. La diferencia observada en las longitudes de
las sombras hacía necesario que la distancia entre Alejandría y Siena fuera de unos siete
grados a lo largo de la superficie de la Tierra; es decir que si imaginamos los palos
prolongados hasta llegar al centro de la Tierra, formarán allí un ángulo de siete grados. Siete
grados es aproximadamente una cincuentava parte de los trescientos sesenta grados que
contiene la circunferencia entera de la Tierra. Eratóstenes sabía que la distancia entre
Alejandría y Siena era de unos 800 kilómetros, porque contrató a un hombre para que lo
midiera a pasos. Ochocientos kilómetros por 50 dan 40 000 kilómetros: ésta debía ser pues
la circunferencia de la Tierra.

Ésta es la respuesta correcta. Las únicas herramientas de Eratóstenes fueron palos, ojos,
pies y cerebros, y además el gusto por la experimentación. Con estos elementos dedujo la
circunferencia de la Tierra con un error de sólo unas partes por ciento, lo que constituye un
logro notable hace 2 200 años. Fue la primera persona que midió con precisión el tamaño de
un planeta.

El mundo mediterráneo de aquella época tenia fama por sus navegaciones. Alejandría era el
mayor puerto de mar del planeta. Sabiendo ya que la Tierra era una esfera de dimensiones
modestas, ¿no iba a sentir nadie la tentación de emprender viajes de exploración, de buscar
tierras todavía sin descubrir, quizás incluso de intentar una vuelta en barco a todo el planeta?
Cuatrocientos años antes de Eratóstenes, una flota fenicia contratada por el faraón egipcio
Necao había circunnavegado África. Se hicieron a la mar en la orilla del mar Rojo,
probablemente en botes frágiles y abiertos, bajaron por la costa orienta¡ de África, subieron
luego por el Atlántico, y regresaron finalmente a través del Mediterráneo. Esta expedición
épica les ocupó tres años, casi el mismo tiempo que tarda una moderna nave espacial
Voyager en volar de la Tierra a Satumo.

Después del descubrimiento de Eratóstenes, marineros audaces y aventurados intentaron
muchos grandes viajes. Sus naves eran diminutas. Disponían únicamente de instrumentos
rudimentarios de navegación. Navegaban por estima y seguían siempre que podían la línea
costera. En un océano desconocido podían determinar su latitud, pero no su longitud,
observando noche tras noche la posición de las constelaciones con relación al horizonte. Las
constelaciones familiares eran sin duda un elemento tranquilizador en medio de un océano
inexplorado. Las estrellas son las amigas de los exploradores, antes cuando las naves
navegaban sobre la Tierra y ahora que las naves espaciales navegan por el cielo. Después
de Eratóstenes es posible que hubiera algunos intentos, pero hasta la época de Magallanes
nadie consiguió circunnavegar la Tierra. ¿Qué historias de audacia y de aventura debieron
llegar a contarse mientras los marineros y los navegantes, hombres prácticos del mundo,
ponían en juego sus vidas dando fe a las matemáticas de un científico de Alejandría?
En la época de Eratóstenes se construyeron globos que representaban a la Tierra vista
desde el espacio; eran esencialmente correctos en su descripción del Mediterráneo, una
región bien explorada, pero se hacían cada vez más inexactos a medida que se alejaban de
casa. Nuestro actual conocimiento del Cosmos repite este rasgo desagradable pero
inevitable. En el siglo primero, el geógrafo alejandrino Estrabón escribió:
Quienes han regresado de un intento de circunnavegar la Tierra no dicen que se lo haya
impedido la presencia de un continente en su camino, porque el mar se mantenía
perfectamente abierto, sino más bien la falta de decisión y la escasez de provisiones...
Eratóstenes dice que a no ser por el obstáculo que representa la extensión del océano
Atlántico, podría llegar fácilmente por mar de Iberia a la India... Es muy posible que en la
zona templada haya una o dos tierras habitables... De hecho si [esta otra parte del mundo]
está habitada, no lo está por personas como las que existen en nuestras partes, y
deberíamos considerarlo como otro mundo habitado.

El hombre empezaba a aventurarse, en el sentido casi exacto de la palabra, por otros
mundos.

La exploración subsiguiente de la Tierra fue una empresa mundial, incluyendo viajes de ¡da y
vuelta a China y Polinesia. La culminación fue sin duda el descubrimiento de América por
Cristóbal Colón, y los viajes de los siglos siguientes, que completaron la exploración
geográfica de la Tierra. El primer viaje de Colón está relacionado del modo más directo con
los cálculos de Eratóstenes. Colón estaba fascinado por lo que llamaba la Empresa de la
Indias , un proyecto para llegar al Japón, China y la India, no siguiendo la costa de África y
navegando hacia el Oriente, sino lanzándose audazmente dentro del desconocido océano
occidental; o bien como Eratóstenes había dicho con asombrosa preciencia: pasando por
mar de Iberia a la India .

Colón había sido un vendedor ambulante de mapas viejos y un lector asiduo de libros
escritos por antiguos geógrafos, como Eratóstenes, Estrabón y Tolomeo, o de libros que
trataran de ellos. Pero para que la Empresa de las Indias fuera posible, para que las naves y
sus tripulaciones sobrevivieran al largo viaje, la Tierra tenía que ser más pequeña de lo que
Eratóstenes había dicho. Por lo tanto Colón hizo trampa con sus cálculos, como indicó muy
correctamente la facultad de la Universidad de Salamanca que los examinó. Utilizó la menor
circunferencia posible de la Tierra y la mayor extensión hacia el este de Asia que pudo
encontrar en todos los libros de que disponía, y luego exageró incluso estas cifras. De no
haber estado las Américas en medio del camino, las expediciones de Colón habrían
fracasado rotundamente.

La Tierra está en la actualidad explorada completamente. Ya no puede prometer nuevos
continentes o tierras perdidas. Pero la tecnología que nos permitió explorar y habitar las
regiones más remotas de la Tierra nos permite ahora abandonar nuestro planeta,
aventuramos en el espacio y explorar otros mundos. Al abandonar la Tierra estamos en
disposición de observarla desde lo alto, de ver su forma esférica sólida, de dimensiones
eratosténicas, y los perfiles de sus continentes, confirmando que muchos de los antiguos
cartógrafos eran de una notable competencia. 'Qué satisfacción habrían dado estas
imágenes a Eratóstenes y a los demás geógrafos alejandrinos! Fue en Alejandría, durante
los seiscientos años que se iniciaron hacia el 300 a. de C., cuando los seres humanos
emprendieron, en un sentido básico, la aventura intelectual que nos ha llevado a las orillas
del espacio. Pero no queda nada del paisaje y de las sensaciones de aquella gloriosa ciudad
de mármol. La opresión y el miedo al saber han arrasado casi todos los recuerdos de la
antigua Alejandría. Su población tenía una maravillosa diversidad. Soldados macedonios y
más tarde romanos, sacerdotes egipcios, aristócratas griegos, marineros fenicios,
mercaderes judíos, visitantes de la India y del África subsahariana todos ellos, excepto la
vasta población de esclavos vivían juntos en armonía y respeto mutuo durante la mayor parte
del período que marca la grandeza de Alejandría.

La ciudad fue fundada por Alejandro Magno y construida por su antigua guardia personal.
Alejandro estimuló el respeto por las culturas extrañas y una búsqueda sin prejuicios del
conocimiento. Según la tradición y no nos importa mucho que esto fuera o no cierto se
sumergió debajo del mar Rojo en la primera campana de inmersión del mundo. Animó a sus
generales y soldados a que se casaran con mujeres persas e indias. Respetaba los dioses
de las demás naciones. Coleccionó formas de vida exóticas, entre ellas un elefante
destinado a su maestro Aristóteles. Su ciudad estaba construida a una escala suntuosa,
porque tenía que ser el centro mundial del comercio, de la cultura y del saber. Estaba
adornada con amplias avenidas de treinta metros de ancho, con una arquitectura y una
estatuaria elegante, con la tumba monumental de Alejandro y con un enorme faro, el Faros,
una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Pero la maravilla mayor de Alejandría era su biblioteca y su correspondiente museo (en
sentido literal, una institución dedicada a las especialidades de las Nueve Musas). De esta
biblioteca legendaria lo máximo que sobrevive hoy en día es un sótano húmedo y olvidado
del Serapeo, el anexo de la biblioteca, primitivamente un templo que fue reconsagrado al
conocimiento. Unos pocos estantes enmohecidos pueden ser sus únicos restos físicos. Sin
embargo, este lugar fue en su época el cerebro y la gloria de la mayor ciudad del planeta, el
primer auténtico instituto de investigación de la historia del mundo. Los eruditos de la
biblioteca estudiaban el Cosmos entero. Cosmos es una palabra griega que significa el
orden del universo. Es en cierto modo lo opuesto a Caos. Presupone el carácter
profundamente interrelacionado de todas las cosas. Inspira admiración ante la intrincada y
sutil construcción del universo. Había en la biblioteca una comunidad de eruditos que
exploraban la física, la literatura, la medicina, la astronomía, la geografía, la filosofía, las
matemáticas, la biología y la ingeniería. La ciencia y la erudición habían llegado a su edad
adulta. El genio florecía en aquellas salas: La Biblioteca de Alejandría es el lugar donde los
hombres reunieron por primera vez de modo serio y sistemático el conocimiento del mundo.
Además de Eratóstenes, hubo el astrónomo Hiparco, que ordenó el mapa de las
constelaciones y estimó el brillo de las estrellas; Euclides, que sistematizó de modo brillante
la geometría y que en cierta ocasión dijo a su rey, que luchaba con un difícil problema
matemático: no hay un camino real hacia la geometría ; Dionisio de Tracia, el hombre que
definió las partes del discurso y que hizo en el estudio del lenguaje lo que Euclides hizo en la
geometría; Herófilo, el fisiólogo que estableció, de modo seguro, que es el cerebro y no el
corazón la sede de la inteligencia; Herón de Alejandría, inventor de cajas de engranajes y de
aparatos de vapor, y autor de autómata, la primera obra sobre robots; Apolonio de Pérgamo,
el matemático que demostró las formas de las secciones cónicas 2 elipse, parábola e
hipérbola, las curvas que como sabemos actualmente siguen en sus órbitas los planetas, los
cometas y las estrellas; Arquímedes, el mayor genio mecánico hasta Leonardo de Vine¡; y el
astrónomo y geógrafo Tolomeo, que compiló gran parte de lo que es hoy la seudociencia de
la astrología: su universo centrado en la Tierra estuvo en boga durante 1500 años, lo que nos
recuerda que la capacidad intelectual no constituye una garantía contra los yerros
descomunales. Y entre estos grandes hombres hubo una gran mujer, Hipatia, matemática y
astrónomo, la última lumbrera de la biblioteca, cuyo martirio estuvo ligado a la destrucción de
la biblioteca siete siglos después de su fundación, historia a la cual volveremos.
Los reyes griegos de Egipto que sucedieron a Alejandro tenían ideas muy serias sobre el
saber. Apoyaron durante siglos la investigación y mantuvieron la biblioteca para que
ofreciera un ambiente adecuado de trabajo a las mejores mentes de la época. La biblioteca
constaba de diez grandes salas de investigación, cada una dedicada a un tema distinto;
había fuentes y columnatas, jardines botánicos, un zoo, salas de disección, un observatorio,
y una gran sala comedor donde se llevaban a cabo con toda libertad las discusiones críticas
de las ideas.

El núcleo de la biblioteca era su colección de libros. Los organizadores escudriñaron todas
las culturas y lenguajes del mundo. Enviaban agentes al exterior para comprar bibliotecas.
Los buques de comercio que arribaban a Alejandría eran registrados por la policía, y no en
busca de contrabando, sino de libros. Los rollos eran confiscados, copiados y devueltos
luego a sus propietarios. Es difícil de estimar el número preciso de libros, pero parece
probable que la biblioteca contuviera medio millón de volúmenes, cada uno de ellos un rollo
de papiro escrito a mano. ¿Qué destino tuvieron todos estos libros? La civilización clásica
que los creó acabó desintegrándose y la biblioteca fue destruida deliberadamente. Sólo
sobrevivió una pequeña fracción de sus obras, junto con unos pocos y patéticos fragmentos
dispersos. Y qué tentadores son estos restos y fragmentos. Sabemos por ejemplo que en
los estantes de la biblioteca había una obra del astrónomo Aristarco de Samos quien
sostenía que la Tierra es uno de los planetas, que órbita el Sol como ellos, y que las estrellas
están a una enorme distancia de nosotros. Cada una de estas conclusiones es totalmente
correcta, pero tuvimos que esperar casi dos mil años para redescubrirlas. Si multiplicamos
por cien mil nuestra sensación de privación por la pérdida de esta obra de Aristarco
empezaremos a apreciar la grandeza de los logros de la civilización clásica y la tragedia de
su destrucción.

Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas
irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos
resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos de una tadeta de lector para la Biblioteca de
Alejandría. Sabemos que había una historia del mundo en tres volúmenes, perdida
actualmente, de un sacerdote babilonio llamado Beroso. El primer volumen se ocupaba del
intervalo desde la Creación hasta el Diluvio, un período al cual atribuyó una duración de 432
000 años, es decir cien veces más que la cronología del Antiguo Testamento. Me pregunto
cuál era su contenido.

Los antiguos sabían que el mundo es muy viejo. Intentaron investigar este remoto pasado.
Sabemos ahora que el Cosmos es mucho más viejo de lo que ellos llegaron a imaginar.
Hemos examinado el universo en el espacio y descubierto que vivimos en una mota de polvo
que da vueltas a una vulgar estrella situada en el rincón más remoto de una oscura galaxia.
Y si somos una mancha en la inmensidad del espacio, ocupamos también un instante en el
cúmulo de las edades. Sabemos ahora que nuestro universo o por lo menos su encarnación
más reciente tiene una edad de unos quince o veinte mil millones de años. Éste es el tiempo
transcurrido desde un notable acontecimiento explosivo llamado habitualmente big bang
(capítulo 1 O). En el inicio de este universo no había galaxias, estrellas ni planetas, no había
vida ni civilización, sino una única bola de fuego uniforme y radiante que llenaba todo el
espacio. El paso del Caos del big bang al Cosmos que estamos empezando a conocer es la
transformación más asombrosa de materia y de energía que hemos tenido el privilegio de
vislumbrar. Y hasta que no encontremos en otras partes a seres inteligentes, nosotros
somos la más espectacular de todas las transformaciones: los descendientes remotos del big
bang, dedicados a la comprensión y subsiguiente transformación del Cosmos del cual
procedemos.

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